lunes, 29 de septiembre de 2008

Ahora son la tres y escribo más tranquila. Me tomé el Rivotril sin aspamentos. Como ves, sigo viva, como ves no hay sogas ni nada de todas esas cosas horribles que escribí. Nose qué me pasa. Estoy sensible. Estaré indispuesta, si te simplifica la vida. Y me encanta esto la verdad. Me encanta que no sepas nada de todo lo que siquiera puede pasar por mi cabeza. Porque vos seguís allí. No quisiste ni siquiera bajar a almorzar conmigo, estás neurótico. Claro, bastaba un llamado. Débiles e insulsas son mis armas al lado de las de ella. Suficiente dos minutos, dos cosas que diga y ya está. Pero yo ya estoy resignada, ya se como funciona esto. No hace falta que me des más explicaciones -" No claro que no, no te tengo por qué dártelas tampoco". No, claro que no. No nos une nada. ¿Nada? Vas a salvarme si no escribo la nota que tengo que entregar dentro de una hora o si lo que escribo es una porquería. Te ato ahora con mis mecanismos maliciosos para que puedas seguir pensando misógino como sos que todas somos iguales, que en el fondo te quiero cagar la vida. ¿Y si un día te contesto que si? Me puede dar un ataque de risa!! Me lo imagino y ya tengo un sin fin de hormigas rojas picándome el ombligo y tirándome del pelo, recordándome que por cada carcajada es una muñeca de colección, de esas de la tía, que se caen del estante. Claro, yo nunca te conté de Ezequiel. Nunca te conté de ese fin de año. Mejor tal vez, porque tengo la función de ser un juego y el día que no funcione más supongo que iré a parar con las latas de residuos y que te observaré paciente desde ahí. Casi te veo llegar de reojo ahora, pero no. Al dispenser de agua. Ah! si... Ezequiel. Mi hermanito que permanece casi siempre en puto anonimato. No bastaba la vida para explicar la soledad, ni las miradas ni las situaciones con los codos apoyados en la mesa, porque mamá era tan prolija que nunca nos dejaba poner las manos debajo del mantel. A ver si todavía uno tocaba alguna hebra prohibida. Ezequiel tenía sida. Un buen día nos enteramos. Mamá y papá pensaron que era homosexual, que se daba a orgías y que entonces se lo merecía. Y Ezequiel se fue de casa sin chistar, se fue cabizbajo. Yo tenía ocho años y mi corazón ya entendía bastantes más cosas de las que acaso el tuyo pueda entender alguna vez.
Me voy a casa. Me canso de estar acá y escucharte. Si no tienen nota que entregar se arreglan... te la mando en avión, en helicóptero, en lo que quieras mi vida.

Tuya siempre,


René.
No, no es así. No se empieza así. Trabajar a la par de tus cartas es difícil para mi. Deberías comprender que tus mecanismos exigen un sin fin de operaciones de traducción y traslación en mi cabeza. Son miles de celulas navegando en mi cerebro y yo no se poner semáforos Jorgito... A mi no me gusta esto de la oficina, de tus paneles grises y aburridos, del cúbiculo eterno y siempre lleno, tan lleno de luz. Una luz que por otra parte no puede más que permanecer por fuera de las ventanas inmensas de mi escritorio. Es malicioso, porque vos sabés que me exigís demasiado y sabés que yo no tengo las condiciones para responder a todo eso. Soy esto, y no otra cosa. ¿Qué hacemos entonces? A mi me parece que vos te aburriste de todo esto y me parece que me puede doler más de lo que creía que te aburra mi persona o mis comentarios o mis piernas ya siempre iguales, con las mismas medias. Porque aunque te guste la pollera que tengo siempre limpia para vos ya la conocés y yo ya no puedo darte nada nuevo. Entonces ahora me convertí en otra como ella, igual a ella. Yo que fui para vos una vía de fuga ahora no soy más que lo mismo de lo que huías. Y juro que no quise Jorge, yo de verdad no quise convertirme en esto para vos. Pero entendé que no controlo los mecanismos. Son miles, miles de celulas. No puedo frenarlas, o dirigir el tránsito. Es así, la vida se pasa y es así. Y yo solo tengo hoy la certeza de que te pierdo. Y se también que no hay ni tacos ni poyeras ni medias ni un cuerno que pueda hacer para retenerte porque cuanto más intento retenerte más te me escurrís como una música que se aleja en un auto. Un tango triste, eso. Buenos Aires ahora me parece tan triste y sin embargo ha sido la París de mis sueños otros días. Claro, igual es como me decís siempre. Yo no conozco París, yo vivo en un tapper, yo jamás he viajado y entonces ¿para qué hablar? ¿Para qué inventar tanto, no? Hay que vivir con lo que se tiene. ¿Cómo hago con vos? ¿Cómo hago conmigo ahora? Aveces puede no ser tan difícil nose. Jamás me imaginé que las cosas iban a terminar así. Ah, pero cuando leas esto, seguro vas a entender un poco más. Seguro vas a entender la soga, la sangre, las lágrimas, la histeria y de a poco me convertiré en un recuerdo borroso y nada más que eso y habré dejado de perturbarte con mis caprichos, con mis gritos, con mis reclamos de atención, de que la dejes, de que me elijas, de que todo eso que ahora no es más nada para mi. No significa nada. Dejo antes de que me dejen porque no soporto encontrarme y lamerme las heridas, sentir el gusto a lechuga podrida que tiene la sangre. Ahorrarme la situación humillante. De todos modos me puse la poyera que te gusta, la que sabe tanto más que vos y yo y que nos escuchó decir guarangadas, arrumacos, proclamar manifiestos socialistas y programas mundiales contra el consumo. No, no, no quiero ahora sentimientos de culpa porque me dan más pena. Dejalos ir... si ya se. No tendría que haber sido de esta forma, no tendría que haber sido así. Pero no tengo más motivos Jorge... ¿No es por vos entendés? Una vez en la vida lo hago por mi. El favor es para mi, no para vos. Es mejor asi. Envejecerás con Mimí y las cosas serán como soñaste a los pies del altar. Antes de que te aburrieras de tu vida, de tus hijos, de su ropa y sus palabras, de la cotidianeidad que nos abofetea a todos. Yo también me puedo aburrir... yo también.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Sueño un sueño que sueña

Hay una línea que me escinde de mi misma y me gusta jugar en las hojas, en el ángulo, ahí de donde puede resbalarse. La madre nerviosa la centra, la media, me media una línea de colores y llena de lunares. Te doy ahora un sueño que puede ser mar, un sueño que lleno de tambores y ruidos sordos. Porque tengo una línea que me escinde y me divide en aguas. Incorpórea se puede ser, donde todo es una red entera y nudosa, rugosa, como papel corrugado. Te regalo esto que guardo entre los pliegues de mi mente, te doy esto con el puño cerrado porque es un gusano que me quema la piel. Porque me gusta ser mulatona y me descubro negra, negra en mi sangre azul. No hay olores. Es un mundo dividido en el blanco de la hoja, un sentido ramificado en mil sabores. Mi hoja no tiene lengua, no tiene letras. Mi hoja es estructura pura, presa de la incongruente indecencia inodoro que recicla caricias. Dejame ser. Dejame ser puras sensaciones que no tengo otra cosa para regalarte ni para poner debajo del árbol...

jueves, 4 de septiembre de 2008

Difuminar sombras

Me di cuenta que si te buscaba en los pliegues de mis manos no encontraba más que líneas infinitas que se partían en mil pedazos, curtidas por la luz del día, despedazadas de palabras y tu pelo siguiendo cada trazo tranquilo ondeaba en cada partícula de mi piel. No hacía falta mucho para mirar hacía abajo y ver el cordón fangoso de bacterias festivas, de organismos mínimos que me invaden permanentemente. Irrespetuosas sus alas y sus patas mugrosas apolladas en mis ideas, insolencia la de ellos que viven sin sentir y sin saber. Sin saber nada de todo esto que tú, ella y yo sabemos. Y nose si lo sé, nose si quiera si vale la pena incluirme o mejor construir un yo mayestático en el que ocultarme como un montón de piedras que saltan del asfalto envejecido, endurecido. Las cosas podían ser así de simples. Simples restos hoscos y sin gracia. Podía tu mano convertirse en simple barro adentro de las mías, resbalar como sal y convertirse en polvo. Podía todo eso ser tan esfímero, inestable, sin sable. No se sabe y ese es el ave que sobrevuela mi minutero. Y yo que quería regalarte no más que esto que tengo aquí guardado en el pecho (que empecino) me empecinan en ponerle nombre a las cosas. Pero era harto más simple, no hacía falta, no falta.... la falta no falta, entendés Juan? La falta no está ausente... nos acompaña siempre a donde vayamos, siempre con nosotros, siempre esquiva, siempre soberbia. Y nosotros solo nos ocupamos de poner nombres, con toda la inutilidad del lenguaje. Nos ocupamos de representar espectáculos, de construir imágenes. Mas todo lo que hay es esto, esto que se escurre entre mis uñas ennegrecidas ahora de barro, esto que se escapa y se cuela como una bailarina subida a sus puntas de ballet. Ni siquiera como ella Juan, ni siquiera eso. Se va como el perfume de tu cuello cuando te moves; y yo me quedo así, gozando lo que se esfuma, amando lo esfímero, enterándome y sabiendo ahora que no hay más que eso. Arte esfímero.